Escrito por Isabel de La
Granja
Soy
un clásico, ya quedamos pocos. En mi época, fui un imprescindible en cualquier
dormitorio burgués con ambiciones de marqués. Esperaba en vela a mis señores,
acariciado por cortinones de terciopelo, mientras me miraba en el espejo de
cuerpo entero. Dandis de la noche, caballeros por derecho, elegantes petimetres
que al volver de sus juergas, se desvestían y meticulosamente cubrían mi
esquelética desnudez con sus prendas. A mí todo me favorecía: levitas,
chalecos, fulares, bombines… Eran otros tiempos, cuando compartía techo con el
juego de tocador, la porcelana china y las bandejas de plata. Todo eso se
acabó. Es historia, como los cascos prusianos y las calesas enjaretadas. Ahora
soy vintage, una palabreja añeja para llamarme vejestorio. Una reliquia de
roble que nadie sabe dónde ubicar. Más de un siglo a mis espaldas y así he
acabado, decorando una tiendecilla de moda de segunda mano en un barrio de
medio pelo, arañado por las cortinas del probador. Si alguien me viera…
Coronado con sombreros de flores mustias, ataviado con collares de plástico y
faldas sintéticas hasta los pies. Un travestido. En eso me han convertido. ¡Con
lo que yo fui! Todo un galán, un galán de noche.
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